Se había caído. No era la primera vez, y tampoco sería la última, ella lo sabía bien. Si algo podría asegurar es que siempre acababa cayendo. Por más que lo intentara, por más empeño que pusiese, siempre caía.
Era el resultado de ir corriendo de un lado a otro, de no pararse, de intentar buscar desesperadamente su sitio. Era el resultado de su neurosis continua y de su malestar permanente. Había luchado una y otra vez contra esas sensaciones, pero siempre ocurría lo mismo: acababa en el suelo. Heridas en los labios, heridas en los brazos, moratones en la cara y en las piernas. Sus caídas eran proporcionales a el grado de alteración que sufría tras correr de un lado a otro.
Hoy nada era distinto. Estaba tumbada, con mil magulladoras, sollozando por que la dolía todo. Apenas podía mover la cabeza, tenía el cuerpo paralizado. El pánico la estaba consumiendo: ¿Qué dirían los demás? "Esto te pasa por torpe, por no mirar bien por donde vas", "Tú sólo resuelves las cosas llorando, nunca has sido lo suficientemente madura como para saber que camino coger", "Eres una cabra loca". Las críticas de la gente ajena siempre iban acompañadas de los tropiezos.
...
La misma caída de siempre. La sensación de fracaso, de no haber sido buena en algo, de haberse tropezado como de costumbre. Intentó calmarse, eso siempre la funcionaba. Respirar hondo, profundamente, intentando evitar ese insoportable estado de ansiedad. Tranquila, serena, poco a poco. Se puso las manos en la cara, eso la relajaba, sentir su propio contacto. Ver que mientras ella estuviese consigo misma, jamás estaría sola en la derrota. Así, poco a poco, como siempre, se iba tranquilizando.
Tras haber pasado unos minutos, estaba totalmente sosegada. Pudo contemplar todo lo que había a su alrededor, todo el camino que había recorrido, todos los baches en los que había tropezado...Pero aún la quedaba recorrido por andar, "más sitios en los que tropezar, seguramente"-pensaba. Era algo que tenía seguro: cada cierto tiempo, volvería a caer. La experiencia se lo había demostrado. Pero quedarse tumbada no la iba a ayudar para siempre...
...Cuando vio que podía levantarse, se empezó a desperezar poco a poco. Elevó el dorso, intentando posicionarse. Ya sentada, movió un poco las piernas, que las tenía entumecidas. Se paso las manos por sus mejillas, intentando secarse las lágrimas que aún le quedaban. Con ayuda de un último suspiro, se levantó.
Ahí estaba, en pie, dispuesta a volver a caerse si hacía falta.