Desde hacía unas semanas, había dejado de llover. El cielo comenzaba a clarear y los rayos de sol pasaban sobre el ventanal del maltrecho piso de Edco. La luz se abría paso en la oscuridad de su habitación, ocupando cada espacio disponible de aquel lugar, iluminando cada recoveco, cada cm del cuerpo de nuestro escritor. Cubría toda su piel, y se reflejaba a través de su cabello. Reflectaba en las lágrimas de sus mejillas, dando lugar a miles de colores, como si de un microarcoiris se tratase.
Él apenas era consciente de todo esto.
Para ser francos, hacía mucho tiempo que a él no le importaba el tiempo que hiciera en el exterior. Pese a que hubiese empezado la primavera, para Edco nunca dejó de llover, ni siquiera aquella soleada mañana. Todo era igual que siempre, gris, oscuro, eterno...todo era angustia, inseguridad, insatisfacción e incertidumbre. Escribía por escribir, comía por comer, andaba por andar, se despertaba por que no quedaba otra...Desde hacía mucho tiempo, para él la vida carecía de sentido. No había un motivo aparente por el que hacer las cosas, simplemente se hacían por que no quedaba otra que seguir.
Y esa mañana nada era distinto. Él estaba allí, comenzando a despertarse, a estirar sus brazos, abrir los ojos, restregárselos y extender sus lágrimas. Lágrimas de ausencia, por que Ella se fue hace años, sin dar motivo u explicación de por qué lo hizo. Simplemente se marchó, y él, simplemente se levanta, un simple día en el que todo parece ser igual.
"El valor de una simpleza que simplemente, asquea".
Daba comienzo a su rutina. Hace años no le habría dado tanta importancia a eso de despertarse o seguir durmiendo, lo habría hecho sin más, sin planteamiento alguno, sin tristeza o melancolía. Hasta se podría decir que se habría sentido dichoso de poder vivir de una cómoda rutina, elaborando su día a día, como buen ciudadano de a pie. Pero desde que ella se fue, jamás fue lo mismo. Ya no había un verdadero motivo real de por que saltar de la cama por la mañana, si no estaba Ella para despertarla. Ya no tenía sentido hacer el desayuno, si Ella no lo iba a criticar. Ya no tenía razón alguna ir andando al trabajo, si Ella no le hablaba en el trayecto. Ya nada tenía color en un mundo en el que hubo una mujer que lo pintaba cada día.
Al principio de la separación, Edco se lo tomó bastante mal. Todas las noches lloraba, mordía su almohada para ahogar sus sollozos, tomaba pastillas para no pensar y le daba a mil bebidas para ver si perdiendo la cabeza se perdía también el recuerdo de aquella persona. Cuando vio que este método le destruía más aún, pensó en ir al psicólogo y contarle toda su historia, y de hecho, al principio funcionó, pero a la tercera semana de terapia tuvo la sensación de que hablar solo de Ella le causaba más melancolía aún, así que descartó esta opción. Como última alternativa, Edco decidió resignarse y aceptar que no iba a volver, aferrándose así a su rutina sin sentido.
Sin embargo, todas las mañanas amanecía con lágrimas en los ojos...
...Cuando terminó de vestirse y desayunar, salió del piso para dirigirse a la editorial. Saludó a la casera, abrió el buzón, empezó a revisar todo el correo (mera rutina), abrió la puerta de salida de su portal y siguió andando.
Siguió andando, aferrado a su rutina de no ver más allá, de no sentir, de no pensar demasiado.
En la editorial las circustancias no variaban de su situación actual: parecía que el tiempo se había detenido. El ir y venir de la gente hacia y desde los despachos se había convertido en una constante insulsa, las crónicas eran un simple reflejo de la realidad, sin apenas mostrar la actitud del escritor. Las palabras eran solo signos, que colocadas adecuadamente, tenían cierto significado, pero sin ir más allá, no como en tiempos anteriores. Por suerte para Edco, con eso valía para subsistir en la editorial, sin que nadie le reprochase nada.
Y terminada la jornada, emprendía el regreso al hogar. Aquella tarde hacía menos frío que otras, por lo que no había motivo por el que acelerar el paso (aunque tampoco lo había realmente por no hacerlo...). Edco decidió ir más despacio, decidió observar a la gente, a los coches, las luces...intentaba buscar algo que había perdido hace mucho.
Justo antes de entrar en su piso, se detuvo en el parque de enfrente. Había unos niños jugando con la arena. Se rebozaban por todos los sitios, echando su ropa a perder, poniéndose de espanto. Sin embargo no dejaban de reír, no dejaban de tirarse arena. A pesar de la apariencia, los niños eran felices con algo tan insignificante como ponerse como un cristo con un arenero.
"Tan simple como jugar con lo pequeño.."
A Edco le enterneció esa inocencia...la inocencia del niño, que uno va perdiendo a medida que crece, en un intento de aparentar ser adulto. Divertirse con los pequeños detalles, asombrarse con lo mínimo...al pobre se le saltaban las lágrimas.
Por vergüenza, intento restregarse los ojos (como por las mañanas) y quitarse las lágrimas. Se sentía ridículo llorando allí sólo en la calle...
...Pero algo sucedió en ese instante...
...Edco sintió como un peso muerto en los párpados. Dejo de ver nada, todo era oscuro. Al principio pensó que era por las lágrimas, pero descartó de inmediato esta idea (no tenía sentido, tampoco había llorado tanto). Era como si de repente algo le nublara la vista. Asustado y con sobresalto, se zafó de lo que le impedía ver en ese momento y se dio la vuelta.
No hay palabras que pudieran describir lo que sintió en ese momento cuando descubrió por que había dejado de ver en ese momento. Tras de él, estaba la mujer que le había tapado los ojos en ese momento.
Era Ella, Violeta.
Había vuelto.